Desde abril de 2004

jueves, 24 de septiembre de 2009

Peter Pan o de cómo hacer el canelo en Nueva York

Ahora que nuestro hombrecito se ha ido a ido a las Américas para alianzar civilizaciones de aquí y de allá entre pasteleos de salón, jabonosos soufflés y retóricas sonrisas tan absurdas como inútiles, llega hasta mi memoria esa hermosa historia de Madame de Rambouillet cuando, aburrida de la vida cortesana, comenzó a gritar: "¡Rápido, traedme papel! He descubierto la manera de hacer lo que quiero". Y lo que quería Madame de Rambouillet, según nos cuenta monsieur Tallemant, no era sino dibujar las arquitecturas de un hotel de inspiración italiana en la rue Saint-Thomas-du-Louvre, de aspecto regular, claro y armonioso, donde la intimidad y el confort lo eran todo. La Estancia Azul se le llamó y era, por así decirlo, el teatro de todas las distracciones y mundanidades; "la corte de la corte" lo llamó monsieur Le Moyne pues hasta la misma reina por allí solía mendigar ciertas atenciones. En breve ese palacio se convertiría en el prototipo del "décor" que, durante largo tiempo, serviría de telón de fondo a la "sociabilité" francesa.

Fue Jean Starobinski quien puso el acento en el impulso lúdico que dió origen a la "civilité" en su afán de mitigar la violencia de las relaciones cotidianas y remitir los comportamientos agresivos. Es así como se crea un recinto protegido, un espacio de juego, donde los integrantes renunciaban a perjudicarse y atacarse bajo la idea dominante de la masificación del placer: la "honnêteté" o erotización de las relaciones cotidianas. Y algo de esto sabía ya la Rambouillet mientras buscaba acomodo nupcial a Mademoiselle Carlotte de Montmorency tras haber sido apartada del favor real por Mademoiselle Angélique Paulet que, con su admirable voz de sirenita, cantaba semidesnuda montada en un delfín en el célebre "ballet de la Reine" celebrado en Saint-Germain-en-Laye el 31 de enero de 1609 y a la que Enrique IV quería embridar "para que cantase debajo de él". Y a estos enredos y "amusements" se entregaban estas pioneras y precoces alianzadoras, convencidas como estaban, pues así lo escribió a una amiga Mademoiselle de Gournay, que "el poder y, por ende, la insolencia que a los nobles les confiere la espada que llevan al cinto, es algo que, con la salvedad de algunos espíritus superiores, se sube a la cabeza".

¿Sería éste el motivo acaso por el que nuestra bellísima vice-tal, la de cuello de cisne y roja pelambre, afirmó ayer sin titubeos que la política exterior del Gobierno se hace con la cabeza y también con el corazón? Armada con arco y saetas, y en todo parecida a esa Dianne de Poitiers caracterizada como ninfa cazadora por Benvenutto Cellini, aunque embozada en negras pañoletas, nuestra Eva vicepresidencial intensificó la acerada metafísica de su mensaje aludiendo a que ahora ya no se ponen los pies sobre la mesa sino debajo. Ante todo la urbanidad y una cierta manera de mirar el mundo un poco rara, o misteriosa ciertamente, donde el ministro de la Guerra prefiere antes inmolarse que herir al enemigo o el de Interior jalarse unos txangurros con los verdugos en vez de mandarles a la policía, qué cosas. Pues ¿no recuerdan los otoñales tocados de Caldera o de Pepiño o el permanente transformismo del peluco de nuestro hombrecito a ese texto de Ménage en el que retrata a los "petits-maîtres" de moda: "Los vemos ocupados en peinarse y vestirse como las mujeres, y todo ello con una molicie tan indecente que no sólo cabe preguntarse si son hombres, sino si además no están en pos de otros hombres"? Porque ¿cómo limitar las ansias alianzadoras? poner puertas al campo sería, digo yo. Mas todo sea por la furia universal e igualitaria que, como es conveniente, empieza por uno mismo y por su parentela; la "politesse" ante todo; y el "bon ton", buenos modales y muchas sonrisas, "esprit de finesse".

Y es que con tantos discursos y bonhomías, tantas alianzas y cortesías, tanto glamour, esto se parece cada día más a esos salones dieciochescos donde unas cuantas cortesanas y un serrallo de caballeros se pasaban el día entre talcos perfumados, "divertissements", y máquinas de hacer chispas mientras producían ideologías y amenas filosofías con las que alimentar a la famélica legión que acampaba extra-muros. Un lugar utópico fuera del mundo y de lo real, como quimérica e irreal se nos parece esa extraña peregrinación a Nueva York de nuestro hombrecito, ese increíble Peter Pan camino del País de Nunca Jamás. Y bien está que sea así si semejante idiotez queda sólo en un cuadro de escena de "Las preciosas ridículas" y no tenemos que pagar otro precio. Como el que pagaron todos esos monsieurs y mademoiselles de que les hablo y cuyo epitafio escribió Hippolyte Taine momentos antes de que las carretas salieran hacia la "fenêtre" de la Place de la Concorde. Querían alianzar el mundo y vino el mundo y se les merendó. Y no sólo a ellos ciertamente.

...

(Escrito por Fulano, amigo mío, hace unos cuatro años. Por si álguien se hubiera quedado con hambre, siguen unas sobras de la tertulia posterior...)

Parece como si ese antiguo juicio de Piermarini ("Tutto é teatro e tutti siamo attori")se hubiera convertido en el axioma de nuestro tiempo. A nuestro hombrecito lo real, los problemas reales que muerden la conciencia y los pensares de los hombres, parecen importarle muy poco, o nada en absoluto, y eso explica quizá que se pase la vida creando logomaquias y mentiras, pirotecnias.

En una carta que Lord Chesterfield, de visita a París, escribe a su hijo el 9 de julio de 1750, escribe desconcertado: "En París, tu objetivo esencial, por encima de cualquier otra cosa, consiste en volverte un perfecto hombre de mundo...tendrás que saber reconocer el lugar y el momento justos para decir o hacer cualquier cosa y actuar luego según como conviene". Como podrás imaginar para un inglés, serio y pragmático, todo ese "tomateo" era cosa desacostumbrada y extraña. Pensaba, con sus ojos de observador extranjero, que los franceses "descuidaban las sustancia, dan importancia a las cosas de poca monta y anteponen el placer de parecer al de ser realmente". "Es -escribía- una nación silbante, danzante, frívola, sugerida por la conducta de muchísimos petit-maîtres, decididamente engañosa".

Y a esto hemos regresado. Nuestro pequeño petimetre se ha ido a N. York a alianzarse con sanguinarios y terroristas, con los que están minando nuestra civilización y nuestra cultura, tan contento.Y todo en "parfaitement bonne compagnie", qué miedo.

...

No vendrían mal unos buenos pastores. Con buenos mastines y podencos. Es el nuestro verdaderamente un país donde nunca hemos valorado mucho la ponderación y la medida y por eso necesitamos que nos embriden. Somos excesivos, pendularmente trágicos. Posiblemente esto traiga su causa de que no tenemos una correcta percepción de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo. Entre el héroe y el villano hay mucha gente en el medio.

El español puede llegar a hacer cosas admirables y sublimes (basta con ver la epopeya americana para encontrar mil ejemplos) y también puede tocar lo más abyecto. Lo que le cuesta es ser una persona normal. No sabe. Por eso, cuando no tiene por delante un reto heroico o está atrapado por sus horribles demonios interiores, el español es una especie de inadaptado, de autista, capaz de tomar las decisiones más incomprensibles que imaginar pudiera. Algo de esto debe haber en la elección de nuestro hombrecito y de su banda para conducir la suerte de España. Hay que ver cómo nos castigamos a nosotros mismos cuando no tenemos enfrente a quien castigar.

España es una sombra de si misma. Un negro espectro de lo que podría ser. No tiene aliento. Sólo llegará a ser lo que puede ser cuando tenga delante un proyecto colectivo de vida en común realmente sugerente, capaz de entusiasmarnos. Entre tanto, hay poco que hacer y los lobos se pondrán las botas.

...

La fe es como ese hilo sutil del que habla Benavente, tejido con luz de sol y con luz de luna, que a los humanos nos hace parecer divinos. Y que advierte que no todo es farsa en la farsa, que hay algo que es verdad y es eterno y que no puede acabar cuando la farsa acaba.

El desguace de España, no sólo como unidad política y territorial sino además como entidad espiritual y cultural, no es ya una amenaza sino una realidad fácilmente contrastable. Y aunque persisten muchos rasgos y maneras, y ciertas memorias, de esa España que amamos, debemos admitir que esto es ya otra cosa. Y lo preocupante no es que haya cambiado pues la mudanza es cosa natural y el tiempo cambia la piel de las cosas y las lava. Lo grave es la ruptura violenta que se ha producido que, como el huracán Katrina o el tsunami asiático, ha anegado todo a su paso rompiendo el curso de las generaciones y arrancando a las gentes de un terreno fértil, de un "humus", que le permitía comprender el humano pasar y disponerse a su celebración. Lo grave es que hemos saltado de una nave que nos parecía lenta y oxidada y ahora no hay tierra a la vista; ni botes salvavidas quedan. Y, aunque rodeados de neones y pirotecnias que nos anuncian que todo es por nuestro bien y que a la plenitud hemos llegado, el hombre está más solo y angustiado que nunca. Y se ahoga. Y los tiburones no dan descanso.

Y entonces ese hombre se para y se pregunta qué le puede estar ocurriendo. Pues ésa es nuestra esperanza. Y tal vez algún día comprenda que la nave sigue ahí y que, a su paso, es un lugar seguro, y amable, aunque carezca de ciertos lujos, y que nos llevará ciertamente a algún puerto favorable.

...

Hemos arruinado un soberbio edificio que nos daba cobijo y abrigo y no lo hemos sustituido por nada. Estamos a la intemperie, morando un paisaje de ruinas y devastaciones. Lo que explica que la gente se limite a salvarse de la quema. El ayer ya fue y el mañana no ha llegado; y, entre tanto, el hoy se presenta como una alegoría amenazante e inexplicable, como una declaración de fe en nada.

La fe se presenta al hombre de hoy como algo externo a la fenomenología, propio de hechiceros y brujos, inaceptable para el hombre que piensa. Su lugar lo ha ocupado un relativismo rabiosamente intolerante que impide hacer pie en ninguna realidad, en ninguna verdad objetiva, dando lugar a un proceso de roturación de la mente a la que se priva del contacto con "lo real". Pues una cosa es la "ausencia" de Dios -patente en nuestro tiempo para tantos- y otra bien distinta es la "inexistencia" de Dios. Pues, guste o no guste, Dios es todavía un Señor al que se le debe cierto respeto. No en vano, como dice el Libro de la Sabiduría, "Él lo ha ordenado todo según la medida, el número y el peso". Y los que gustan llamarse científicos no son otra cosa que ideólogos. Ideólogos de la nada, diríamos. Yo, que soy de natural optimista, me sorprendo a mí mismo en ocasiones cuando concluyo este tipo de cosas, tan inquietantes. Pero esto es lo que hay y no se puede volver la cara a la evidencia.

El secreto de la fe es el estupor, el "thaumázein", el admirarse, que ya para Aristóteles era el origen de toda reflexión y de toda ciencia. Pero nos han sacado los ojos y nada vemos. Pues, como dice Péguy, bastaría con mirar para creer. Es Dios tan evidente, madre. Y el mundo, tan ilusorio...

...

Concebido en su conjunto el paisaje que se vislumbra es muy preocupante, especialmente para los optimistas, que ya no saben donde hacer pie. A nivel individual se puede desandar y retroceder de un sistema claramente lesivo para el hombre como el que, en no pocos aspectos, nos rodea. Pero socialmente no me parece que sea cosa fácil o harto difícil más bien.

De otras peores hemos salido; no diré yo lo contrario pues así es. Pero estamos hollando a nuestro paso todas las flores del camino dejando atrás un paisaje desolador. Algo parecido a lo que Blake reprochaba a Newton cuando le acusaba de haber destrozado, agostado e inhumanizado, de alguna manera, la magia del arco iris. Supongo que saldremos de ésta aunque con profundas heridas y cicatrices; como unos zorros, vamos.

No hay otro bálsamo para sostener la esperanza que la fe, esa fe que, desde luego, es un don gratuito y liberal del Padre para con sus hijos, del Creador para con las criaturas. La donación o dación de la fe encuentra, o no, su respuesta en el hombre que la recibe o la rechaza. No somos los hombres los que queremos (volitivamente) tener o no tener fe sino que es un don que nos llega y que aceptamos o no aceptamos. Y esa aceptación libre que nos corresponde está íntimamente unida al estupor que nos conmueve y nos dice que vivimos no de nosotros mismos sino de lo que está por encima de nosotros y sobre nosotros.

Es curioso comprobar sin embargo cómo la intensidad de la credulidad individual modula todo el panorama. Unos beben cada mañana un café compuesto de horóscopos, augurios y vaticinios. Otros creen concienzudamente en hombrecitos verdes que bajan de platillos voladores, en la incidencia del tarot y de los rayos cósmicos en nuestra vida, en las terapias orientales o animistas, en la configuración amenazante de las estrellas o de las manchas solares. Y sin embargo cada vez son menos los que creen en el Dios encarnado y humanado, en el que se introdujo en la Historia de los hombres y sacudiéndola enteramente, entonces, destrozó la Historia dejándola irreconocible. Pues es magia lo que nos gusta y no evidencias.

...

Muy pocos, en la primavera de 1789, hubieran sido capaces de prever la que estaba llegando. Desde luego que no podía imaginarlo el rey Luis, ni la reina, ni Necker, ni ninguno de los que pasaban los días entretenidos entre amenidades y sutiles filosofías. En dos años el Régimen Absoluto sobre el que descansaba Francia, y toda Europa, fue tumbado y extinguido sin remedio. Nunca volvió a levantarse.

Algo parecido nos ha tocado vivir ahora donde todo un sistema político y social está siendo cuestionado y liquidado y caen precipitadamente creencias, valores y hasta realidades que creíamos del todo intocables. La centrifugación de España es una dolorosa realidad hoy mismo por más que ya Ortega lo anticipara en los años 20 con su teoría de las "desincorporaciones".

La anastilosis que nos espera (palabra que significa "recomposición de las partes desmembradas de un objeto") será un proceso largo, minucioso e incierto. Y nunca la porcelana quedará igual que antes de que se astillara en mil pedazos y fragmentos. Y tampoco hay certidumbre de que el personal tenga muchas ganas de restaurar lo que fue dañado. Más bien no tiene ninguna gana. Se aburre.

En el coro alto de San Marcos de León puede aún leerse esta frase: "Omnia nova placet" (Todo lo nuevo agrada) y algo de esto ciertamente nos pasa por estos pagos. No importa que lo que venga sea bueno o malo; bastaría con que fuese nuevo o irreconocible o distinto. La televisión se encargará del resto pues no en vano tiene por tarea fundamental acabar con los espacios de libertad de los hombres para crear una especie de "ciudad levítica" global, sin espacio para el libre pensamiento.

Por eso creo que no debemos ocuparnos ya de lo que está perdido pues perdido está ese mundo que conocimos y que amamos. Todo eso está perdido. Y el diluvio no dejará nada en su sitio. Pues nos estamos metiendo en agua. En lo que debemos concentrarnos es en construir "Arcas" que nos permitan sobrevivir al diluvio. Sólo quienes encuentren acomodo en un arca podrán salvarse de las aguas y, cuando éstas desciendan, recomenzar.

...

El políptico no retrata paisajes amables, precisamente, sino que nos remite más bien a esas inquietantes pinturas del Bosco o de Brueghel que podemos todavía admirar en las salas de arte flamenco del Museo del Prado. Pues inquietantes son y hasta los adentros se escuecen ciertamente viendo tantas hogueras en el horizonte y yermos muertos, tanto espectros y cadáveres, tantos sonidos sordos, tanta desolación. Pues en ésas estamos aunque ninguno, o bien pocos realmente, hagan lamentación de todo esto.

Pues el hombre de hoy está ciego y lo está porque le han vaciado los ojos para ver cualquier epifanía de belleza o majestad que le pongan por delante; tampoco ve lo bueno y lo verdadero pues le han convencido -tal como le dice el vampiro Tom Cruise al vampirizado Brad Pitt en "Entrevista con un vampiro"- que "el mal es solamente un punto de vista". Y además nos han persuadido de que todo lo que está pasando es "por nuestro bien". Nos han dicho que el hombre nuevo ya se ha sacudido todos los fantasmas del pasado y que ha sido "redimido" por la democracia y la libertad y que a la plenitud hemos llegado. Y tan contentos.

Pero nada vemos. O, como escribiera San Pablo, lo que vemos lo vemos "in speculo et enigmate", como un espejo y un enigma. Y porque parece mentira, la verdad nunca se sabe en estos tiempos nuestros de plenitud. Con la televisión basta, y unos euros en el bolsillo que nos recuerden que todavía somos "alguien". Un "yo" de mentira (ens fictum) parece haberse apoderado de todos y tanto da decir grandes verdades como solemnes idioteces pues ninguna de las dos cosas tiene consecuencias.

Sin embargo, estoy lleno de esperanza, por increíble que parezca. Y también de alegría. Digamos que me manejo por la vida con alegría y con esperanza pues una y otra no dependen de las cosas que pasan ni del mundo que me ha sido dado conocer, sino de Alguien que está por encima del mundo y de las cosas. Y que me ama.

Comprendo que álguien pensará que me dedico a defender causas perdidas pero, ¡qué le vamos a hacer!, los caballeros sólo defendemos causas perdidas. Así de locos somos los caballeros andantes. Y además estoy convencido de que mientras no nos quiten la alegría, no nos quitan nada. Nada de nada. "-Preguntas como me siento. Pues bien, la alegría es todo" se puede leer en "El rey Lear" de Shakespeare. Eso mismo pienso yo.

No temas. Ni por ti ni por tu familia. Aunque todo pase, Él permanecerá a nuestro lado "hasta el final de los tiempos". Sé muy bien lo que me digo. Por Su culpa tengo yo la razón herida. Si Le encuentras, comenzaras a ver. Y a "comprender". Y a entender esas palabras de Teresa Sánchez, la muchachita de Ávila, cuando escribía: "El mundo, cogido a peso, no pesa y no es".

...

Post nubila, Phoebus". Tras las nubes, el sol. Así reza un adagio romano.

Lo que ocurre es que es que, de vez en vez y de cuando en cuando, las nubes vienen con piedra, espantosos rayos, vientos huracanados y otros muchos fenómenos que dejan la cosecha arrastrada y deshecha. Estas trazas tiene la tormenta que se avecina, a mi parecer. Como aquella con la que se abre el Acto I de Macbeth.

Decía un viejo dicho irlandés que "no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va". Y a mi me parece que esto es lo que está pasando. Hemos abierto la caja de Pandora y los malos espíritus se han escapado por todos los caminos y ahora no hay quien los recoja. Más de un susto nos darán; y ciertas amarguras lógicamente porque esto nunca sale gratis.

Decía Stefan Zweig que la tierra no se labra sola; hay que forzarla para que dé fruto. Sin embargo aquí ya no hay quien are ni siembre ni coseche. "Cosas viejas" parecen. Nuestro incomprensible hombrecito está haciendo de la huerta un solar y el destrozo es de los que hacen época. Está desguazando España y arrojando cal viva sobre un luminoso patrimonio de valores y creencias que nos han permitido articular la convivencia, edificar a las personas y vivir en paz y en libertad. Está rajando de arriba abajo un precioso telar hilado por el paso de los siglos y está también triturando las conciencias, que se quiebran a la menor violencia.

Esto es lo que hay.

Las cosas hay que decirlas que, si no, hay dudas.

No puede el árbol malo dar buenos frutos leemos en el Evangelio de Mateo. Ninguno lo dude.

La fe. "Primero la besas y luego te das cuenta de que la has besado" que aquí podría traducirse por "primero te impresionas y luego te das cuenta de que te has impresionado". Primero te admiras y luego te das cuenta de que Le estás adorando. Goethe decía que "el estremecimiento ante lo sagrado es la mejor parte del ser humano" y es muy cierto. ¿Qué es lo más difícil? Lo que parece más fácil: ver con tus ojos lo que se encuentra ya ante tus ojos.

De eso se trata.

...

Somos carne. El hombre es carne y es espíritu pero muy a menudo se nos olvida que somos carne. Y por tanto, las heridas nos duelen y sangran y las melancolías mastican nuestros adentros y pareciera que los trituran. Por eso es muy natural hacer lamentación de lo que se pierde, no podía ser de otra manera. Sólo se canta lo que se pierde, decía el poeta; así es.

Pero también decía otro santo poeta, Agustín, el africano, eso de "Canta y camina" y eso digo yo. Y lo dice Cristo en Lucas: "Ninguno que eche la mano al arado puede mirar atrás". Siempre hacia delante. Fíjate en el testimonio de Juan Pablo II y me ahorrarás muchas palabras.

Todo está perdido, para mí eso es una evidencia. Todo un mundo que hemos conocido y amado se deshace. Y eso duele. Y duele hasta morir: triste ma morire (triste hasta morir) dicen los italianos. Es natural, ¿cómo no vamos a dolernos de la muerte de lo que tanto hemos amado, de los nombres que hemos pronunciado, de las cosas que nuestros dedos tocaron? Un mundo que ha sido el nuestro -no hemos vivido otro- se descompone y nos dolemos, naturalmente. Como si nos deshuesaran.

Pero esto no es lo importante por más que ese dolor sea infinito pues somos carne y la carne está pegada al hueso y pegada al mundo y todas las cosas del mundo nos importan, sólo faltaría. Ya no se puede defender la ciudad, los bárbaros están dentro y cuentan incluso con muchos ciudadanos cómplices que no soportan ser libres, les aterra esa posibilidad. Si yo supiese que la ciudad puede salvarse correría armado hasta la barbacana de la muralla a defenderla. Pero todo está perdido, el diluvio está aquí y no quedará nada. Nada de nada. El diluvio no dejará nada en pie y sólo respetará a quienes se hayan metido en el arca.

Arcas son lo que tenemos que crear. Arcas que nos protejan del diluvio para que, pasado éste y apaciguadas las aguas, se posen de nuevo sobre la tierra y recomenzar. Recomenzar.

Hay que hacerse a la idea de recomenzar, de empezar de cero otra vez. Europa es ahora tierra de misión y hasta en mi pequeño pueblo ya no son pocos los que jamás han oido hablar de Cristo. Así estamos.

Esto es lo esencial: salvar en pequeñas arcas, en pequeñas comunidades cristianas conscientes de lo que está pasando, el tesoro de la fe. Para que, pasado el diluvio, podamos recomenzar. De esto se trata. Eso hizo San Benito en el siglo VI: construyó trescientas arcas, trescientas abadías benedictinas que flotaron por la noche de Europa casi cuatrocientos años y salvaron no sólo la fe de Cristo sino también los valores y creencias del mundo griego y romano, y la cultura entera. Luego se posaron y recomenzaron.

La aniquilación de España, la laminación de nuestros símbolos y valores patrios, la liquidación de la justicia, el derecho y el servicio público, la corrupción de la convivencia o la real defunción de la libertad son certidumbres tal día como hoy. Todo eso está perdido. Ayer mismo el forense levantó acta del cadáver de España y por la noche cines y discotecas estaban hasta arriba. La gente pasa o se descojona mismamente. No hará nada por salvar su patria. No moverá un dedo. No hay nada que hacer.

Sólo el tesoro de la fe podemos salvar. Seremos muy pocos en unos años pero qué importa. A esto debemos disponernos. Con alegría, esa alegría que procede de saber que la batalla ya está ganada y que es una felicidad estar aquí. Y con esperanza; la esperanza de saber que pertenecemos a Otro y que este Otro ha jurado acompañarnos siempre. "No os tocarán un pelo" dijo el Cristo. Así es.

...

Lo que yo creo es que todo el mundo civilizado en el que hemos nacido y que amamos es un espejo de una realidad anterior y fundante. Anterior y fundante. Es decir, el amor a la libertad y a la justicia, el anhelo de paz y de convivencia, el culto a la verdad, el interés por los pobres y desfavorecidos, la familia, el derecho inalienable a la vida no son flores que han surgido alegremente en nuestro jardín. Hubo que sembrarlas, regarlas, cuidarlas. Antes que las flores hubo el Sembrador, el Creador.

En esa medida me parece un error querer salvar las flores y las ramas si nos están talando el tronco y desenraizándolo. Tenemos que volver a lo esencial, al principio. A salvar aquello de lo cual manó todo lo demás y lo dio sentido. Hay que concentrarse en salvar el tesoro de la fe y la herencia cristiana pues todo lo demás, todo, dimana de aquí. Si lo hacemos a la inversa habremos equivocado fatalmente nuestra misión.

Ese tronco robusto que explica los valores de la sociedad cristiana occidental se encuentra amenazado por incontables leñadores dementes que, con el hacha en mano, están derribando el bosque. Por eso es necesario recoger unas semillas o esquejes y volver a plantar. Para que de nuevo, pasado algún tiempo, ese retoño sea un árbol centenario y corpulento y pueda dar sombra, y fruto y vida.

Cualquier otra cosa me parece un error por más que a mí me desespere también, y cuán hondamente, ver a los leñadores tumbar el bosque entero y pisotear flores y ramas, ésas a las que tanto amo.

Este estado de cosas me llena de dolor, porque somos carne y la carne se duele de las mordeduras. Pero ese dolor no me hará nunca abdicar ni de la alegría de vivir ni de la esperanza en el porvenir. Yo vivo en el palacio de la alegría y de la esperanza. Aunque truene; y truena. Pues no vivo de mí sino de Alguien que está por encima de mí y que con su muerte y su resurrección ya nos anticipó la Victoria.

No hay comentarios: