Desde abril de 2004

miércoles, 16 de enero de 2008

Para Desde el Exilio.

El pasado absolutista y autoritario de nuestro país hace pensar a muchos de los que viven (y cómo) en él que ellos (nosotros), cual pueblo elegido, han llegado ya a la perfección de las formas políticas. Son entonces incapaces de percibir que la democracia es un largo camino que la humanidad sólo ha recorrido en sus primeros pasos, y, precisamente porque no ven esa humilde realidad, consideran que ya están en la meta, razón por la cual se quedan en un censurable conservadurismo (quienes tengan verdadero talante demócrata).

Esta visión errónea está tan implantada, que aquel Fukuyama, que supongo que sacó unas notas tremendas en la universidad, se atrevió a definir el momento presente (todavía en 2002 se reafirmó) como el del “Fin de la Historia”. Y todos perdemos la perspectiva, especialmente quienes ignoramos/an la Hª (que, dada la evolución de los currículos académicos, son un segmento creciente). El pensamiento general, correcto, único, marca la democracia liberal y su añadido del librecambio como el culmen del progreso humano, como el oxígeno de la sociedad civilizada, considerándolo como uno de esos puntos que establecemos los hombres para marcar la frontera entre un antes y un después.

Y sin embargo, esa visión de la democracia, desgraciadamente en mi opinión no se corresponde con la verdad.

La democracia no representa un estadio superior en el desarrollo intelectual del hombre. Es erróneo sostener que la sabiduría conduce a la democracia mientras que la, ignorancia lleva a las dictadura. Son muchos los grandes filósofos y pensadores de la humanidad, Platon, Hegel o Nieztsche p.e., que con mayor o menor énfasis recomiendan soluciones antidemocráticas o totalitarias como las más humanas. Ni es tampoco una característica de la Edad Contemporánea o de los siglos XX y XXI, que han albergado multitud de sistemas y teorías dictatoriales, en todo el mundo, durante muchos años, afectando a largos centenares de millones de personas, y asimismo en España.

En España la natural resaca del franquismo ha producido cierta imagen estereotipada de que nuestro mundo político se divide entre unas derechas que sólo ahora se han convertido a la democracia pero que siempre han sido promotoras o simpatizantes de las dictaduras y unas izquierdas que han venido luchando denodadamente a favor de la democracia, que les fue arrebatada en los años 30 por la Guerra Civil, y que volvieron a lograr tras la muerte de Franco.

Y es verdad que las derechas españolas, que han tenido sus luces y sus sombras, son muy criticables desde la óptica democrática; sus episodios antidemocráticos son muy conocidos gracias a la propaganda. Pero las izquierdas no son menos criticables por ello. Sin llegar a los extremos anarquistas, ni siquiera al comunismo, el PSOE no puede decir que tenga una historia de promotor de la democracia.. Su fundador y primer presidente, Pablito Iglesias, defiende toda una tarde en las Cortes en julio de 1910, el atentado personal como forma de que Antonio Maura vuelva a ser presidente del gobierno, y en 1921, tras rechazar integrarse en la Internacional Comunista, se manifiesta plenamente identificado con el bolchevismo. Luego en 1923 el PSOE es la principal fuerza política de apoyo a la dictadura de Primo de Rivera, de la que consiguen muchas ventajas, entre ellas la propiedad de las minas y la eliminación de sus rivales de la CNT. Y cuando más adelante llega la república, sus líderes, como es el caso de Largo Caballero (presidente del PSOE y secretario general de la UGT) manifestaba que no podía apoyar a un régimen como la República, en el cual, si perdían las elecciones tenían que abandonar el poder; que lo suyo era la revolución y la dictadura del proletariado. Y consecuentemente con ello, cuando , cuando en 1933 las derechas ganan las elecciones, y aun siendo el primer partido del parlamento tardan un año en entrar en el gobierno, sólo con tres ministros y en ministerios secundarios, el PSOE organiza un golpe de estado contra la democracia, con mucha sangre, en octubre de 1934, pretendiendo repetir el octubre rojo de Lenín. El libro de Pío Moa “Los orígenes de la guerra civil” demuestra con textos del propio PSOE que la revolución estaba preparada antes de que se pensara en la posibilidad de que la derecha pudiera ganar las elecciones.

Lo cuento como elemento ilustrativo de que lo mismo que hoy el pensamiento democrático es dominante, en otras etapas lo fue el antidemocrático, que arrastraba a casi todos; incluso a muchísimos que se presentaban como liberales o centristas. No olvidemos, por ejemplo, que Azaña siempre postuló la dictadura de las mayorías, y patrocinó los cierres de periódicos, deportaciones, depuraciones, sin juicio y sin expediente. Y que Salvador de Madariaga, escribió una obra titulada Anarquía o Jerarquía, en al cual sostenía las doctrinas de la democracia orgánica que luego teóricamente asumió Franco.

El mismo Besteiro, un socialista que quizá sí entendía que el fin no justifica los medios, que como secretario general de la UGT se opuso ya desde 1933 al proyecto revolucionario del PSOE y quería mantener la república (razón por la cual en 1934 fue sustituido por Largo Caballero en la UGT, pasando entonces Largo Caballero a ser secretario general tanto del PSOE como de la UGT, y llevando adelante ya sin cortapisas su proyecto revolucionario), llegó a proponer (enero 1934) un nuevo sistema político con una “cámara corporativa consultiva” (en vez de la dictadura del proletariado); en definitiva, otra forma de democracia orgánica, a lo que Largo Caballero se opuso, denunciándolo como continuación del sistema de Primo de Rivera (Curiosamente Largo había sido colaboracionista con Primo, mientras que Besteiro no aceptó la colaboración).

La democracia tiene menos arraigo del que creemos. Sin que tampoco sea suficiente que un régimen se autocalifique como democrático para que lo sea.

Los europeos del siglo XIX, una vez que vencieron a Napoleón y crearon la Europa de los congresos, estaban persuadidos, como los actuales, de vivir una época de progreso democrático. Hoy, mirando hacia atrás, nos cuesta comprender que aquellos ilustres y cultos político se creyeran demócratas, cuando en las elecciones sólo podían votar los varones, mayores de edad, propietarios y letrados, aproximadamente un 10% de la población adulta.

Pero se lo creían.

Y nosotros nos creemos ingenuamente dueños de nuestros destinos sólo porque cada cuatro años votamos para elegir un líder y un equipo político, cuando la realidad es que no podemos hacerlo a favor de cualesquiera ciudadanos que nos parezcan preferibles, sino sólo entre los 3 ó 4 que algunas personas nos seleccionan previamente, contando con unas fuentes de conocimiento en no pequeña medida manejadas por unos pocos grupos de presión. No nos engañamos al suponer que los medios de comunicación están condicionados positiva o negativamente por quienes mandan efectivamente en ellos, y aunque en nuestra democracia-eurabizada “casi”cualquier opinión puede expresarse y circular, si un corto número de personas dominantes de los grandes grupos mediáticos se ponen de acuerdo, o coinciden en querer marginar ciertos datos o ideas, lo consiguen, relegando tales hechos u opiniones a la intrascendencia social.

Y además los líderes triunfantes en la elección no han de hacer necesariamente lo que sus electores desean, y aun con frecuencia siguen políticas distintas a las ofrecidas en campañas de captación de apoyos. De modo que si bien la soberanía popular tiene aplicación en nuestras democracias, y más que en el siglo XIX (Al acabar el reinado de Isabel II había dieciséis millones de españoles, de los cuales contaban con derecho a voto cien mil, que eran un millón en la Restauración y todos los mayores de venticinco años en 1890; el sufragio universal comprendiendo a señoras no llegó hasta la II República), todavía existe en grado muy corto y no mayor que cuando en españa la habíamos restaurado hace un cuarto de siglo.

Dado que el régimen ha de basarse en partidos, parece imprescindible que éstos sean en sí mismos democráticos, pues en otro caso la cacareada democracia sería mentira. Por ello, es hasta cierto punto lógico, y muy emocionante, que te informen de que existe un artículo en la Constitución al respecto: el número 6; tal emoción se desvanece cuando observas cómo en el Congreso se levantan rubalcábidos deditos indicando consignas y órdenes de voto a los representantes de la soberanía popular (que, inexplicablemente, todavía no son en un 51% mujeres, ni en un 15% trisexuales, ni en un 5% cuadrúpedos, ni en un 98% practicantes de la religión de la paz - perpetua – ni nada). Y cuando el partido vota como un solo hombre, mujer, trisexual o cuadrúpedo, surge la pregunta: “¿Todo esto lo habrán debatido en el grupo parlamentario, con seriedad y argumentos, no..?”

Tampoco cabe consolarse suponiendo que “Ex-pain is different”, porque los países de nuestro entorno padecen políticos muy similares. Vivimos en un mundo que se dice democrático y que incluso organiza “giras”, como KISS, para llevar su democracia a los fans; a los fans superviventes. Pero, si lo examinamos, constataremos que ese mundo nuestro, nuestro por ahora, se encuentra en la situación del “regimen mixto” aristotélico, confluyendo en él …

1. - … Tanto el principio monárquico (de los líderes de los grupos o partidos más importantes)…

2.- … Como el oligárquico (por ejemplo, los “barones” regionales y sus dueños)…

3.- … Más lo que antes llamábamos los poderes fácticos (los islamistas y, sobre todo, el abuelo de Zetapé)…

4.- … Y finalmente el principio democrático, dado que cierto número de decisiones pasan por un relativo apoyo del populacho (por ejemplo, la designación de presidente de gobierno de España suele necesitar el voto de un 30% del electorado).

Y dentro de ese régimen mixto, lo que hoy prima en el mundo es probablemente el elemento oligárquico. Ésa es la democracia de ahora mismito.

Podríamos llegar a una conclusión aparentemente similar de la mayoría de las dictaduras, ya que es difícil concebir una dictadura en la que el dictador constituya la única fuente de poder. Siempre el dictador comparte poder con ciertos grupos de personas, unos son políticos de su entorno pero otros son poderes sociales, económicos, sindicales, religiosos… en definitiva que en toda dictadura existe, tras la fachada personalista, un poder oligárquico que complementa el carismático o monárquico del líder, conductor, sultán, ser superior, etc. Pero, además de ello, toda dictadura que consigue una mínima estabilidad, por ejemplo más de un año, es porque cuenta con el apoyo explícito o implícito de alguna porción significativa del pueblo del correspondiente país, que juzga atendidos sus intereses materiales o sus ideales espirituales por el régimen dictatorial: al final la dictadura es también un régimen mixto de elementos mezclados monárquicos, aristocráticos u oligárquicos y democráticos.

¿Qué diferencia entonces a la dictadura de la democracia? Pues en primer lugar los grados, de modo que, si bien en ambas situaciones coexisten los tres principios, ciertamente el monárquico/caudillista suele ser más intenso en las dictaduras, y a veces es mucho más intenso, mientras que en las democracias el elemento popular es siempre más explícito, más contrastable y normalmente algo más amplio en extensión.

Pero además de ello, y aunque quizá en teoría no tenga que ser así por necesidad, en la realidad práctica las dictaduras respetan sustancialmente menos los derechos de los ciudadanos a la libertad de expresión, a la libertad de reunión y a la libertad física personal. Sabemos que el poder corrompe y todo eso. Por decirlo suavemente.

Como resultado de todo ello, las diferencias entre dictadura y democracia no son sólo cuantitativas, sino que son asimismo cualitativas, y justificadoras de muchos sacrificios en defensa de las democracias, aunque sea una democracia tan pobre e incipiente como la que conocemos en este momento.

Y por eso, una vez consolidado el paso que dimos hace casi 30 años, quizá debamos avanzar algo más. De una buena vez.

Aunque, dicho ello, precisemos que hablamos de pasos prudentitos hacia delante, y nunca saltos. Tal vez el “progreso” sea el “desarrollo moderado” de lo que creemos bueno. Porque la mente humana es mucho más débil y falible de lo que el “optimismo antropológico” aconseja creer. Llevar hasta sus últimas consecuencias la verdad racional del momento conduce al desastre. Pueblos y minorías han en el siglo XX han creído en el comunismo y en el fascismo y entre unos y otros han generado terror, miseria y millones de víctimas. Todos creían que estaban salvando a la humanidad. Lo mismo que hoy se cree, también con el mismo entusiasmo universal, en el islamismo o en el liberalismo absoluto y concentrador, que quizá nos acabe metiendo de nuevo en el ojo del huracán, generando un nuevo bandazo hacia Alá sabe dónde.

Por lo tanto, cuidado con el mesianismo. Son preferibles los retoques pequeños y sucesivos en la estructura política. Pero así como son repudiables los saltos tampoco podemos quedarnos en el inmovilismo.

No podemos permitírnoslo.

(Rescatado de un foro desaparecido, a su vez rescatado de "Fundamentalismos Enmascarados", creo.)

1 comentario:

Luis I. Gómez dijo...

Para su consideración, y complementando -si ello es posible- su texto:
El corazón del estatismo

Comento más luego